El mito de la orientación sexual (Parte II)

Publicado originalmente el 20 de abril de 2020

Parte I aquí

Con respecto a aquellas personas que se autoidentifican como “homosexuales” debido a la narrativa de las orientaciones sexuales podemos desarrollar otros análisis que explican preguntas frecuentes como “¿Por qué si hay una heterosexualidad obligatoria capaz de mantener a la mayoría ‘hetero’, no somos todas ‘hetero’?” o “¿Por qué sigo siendo lesbiana pese al sufrimiento que esto me supone?”. Las respuestas a estas preguntas no necesitan de una supuesta orientación sexual.

A la primera pregunta es fácil responder desde una visión realista de en qué consiste la vivencia humana. Las normas sociales, por muy refinadas que sean, no son suficientes para moldear la totalidad de nuestra realidad, que se basa tanto en ellas como en el contacto con lo material y un feedback propio de nuestra psique conformada de interacciones previas. Los seres humanos somos un cuerpo que actúa en su medio y el nuestro es un medio cultural, sí, pero igualmente físico, y no vivimos solo las normas que regulan nuestras relaciones, sino las relaciones en sí, con sus tiempos, lugares y sensaciones. Esto quiere decir que pese a que nuestras relaciones vengan mediadas por un aprendizaje de un ideal de cómo deberían ser y en qué términos deben entenderse, estos ideales no superan al acto del encuentro, al hecho de que esas relaciones interpersonales se den en sí mismas.

Cuando se da ese encuentro, múltiples factores pueden hacer que el condicionamiento que suponen las normas socioculturales de la heterosexualidad obligatoria no sea suficiente para cumplir su cometido. Entre estos podríamos apuntar a un “mal aprendizaje” de aquellas normas, o por el contrario a una consciencia cultural suficiente como para concebirlas como normas arbitrarias.

También, siguiendo con los factores referentes a la toma de conciencia de la norma en sí, puede presentarse una actitud de transgresión y rebeldía hacia la norma. Además, el conocimiento en cierto modo de lo opresivo o alienante de la restricción que suponen estas normas en nuestras relaciones puede hacer que generemos un rechazo hacia ellas y busquemos, más que a una persona, una relación capaz de salirse de ese corsé que supone el modo de vida y el encuentro con las otras en ámbitos sexo-afectivos tan limitados como los que se dan bajo la prescripción de la heterosexualidad obligatoria.

Por último, otra explicación es el hecho de que se dé naturalmente (fortuita, casualmente) una atracción, encuentro sexual o afectividad hacia una persona del mismo sexo en unos términos que no encajan con esas prescripciones de la heterosexualidad obligatoria. Esto ocurre simplemente porque existe una capacidad de que se produzca el deseo, el encuentro, el cariño, etc., como explicábamos en la primera parte, y no viene condicionado por el objeto de ese deseo o esos sentimientos y mucho menos por el rasgo concreto “sexo”.
Estas circunstancias ocurren independientemente de la reglamentación de la heterosexualidad obligatoria y no implican en sí mismas entrar en ese sistema de relaciones patriarcales, cosa que es más difícil que ocurra con una persona del sexo opuesto, pues desde la infancia todas las relaciones de este tipo están fuertemente mediadas por la cultura. Por eso no podemos decir en el caso de las relaciones heterosexuales que se den de manera “natural”, sino que siempre se dan bajo dinámicas e influencias de la heterosexualidad obligatoria, ya que está incidiendo en el modo en el que los miembros de ambos sexos se relacionan entre sí desde la más tierna infancia, quitándole ese aspecto casual, fortuito, y convirtiendo las relaciones, los encuentros, la atracción, etc., en una serie de ideales acompañados de muchos requerimientos e interpretaciones culturales que ampliaremos en la tercera parte de este ensayo.
Efectivamente, en una cultura sin estos condicionamientos, ambos encuentros, tanto con una persona del sexo contrario como del mismo sexo, pueden ocurrir fortuitamente por la capacidad sexual y afectiva de los seres humanos, y no habría mediación alguna, sólo se daría en base a la coincidencia en el tiempo, el espacio, el momento personal de ambas partes, el hecho de que surgiese ese momento y ese deseo o no, al igual que no ocurre entre “heterosexuales” que por unir a dos personas de distinto sexo en un mismo lugar vaya a darse una atracción entre ellas (especialmente no por parte de la mujer, ya que culturalmente la atracción para los hombres es un acto de dominio que le reporta siempre poder mientras que para las mujeres es un acto de sumisión que suele requerir la idealización de un “pago” en afecto). Bajo la premisa de una “orientación sexual”, esta en sí misma no sería suficiente para hacer que ocurriesen las atracciones, los encuentros sexuales o la afectividad.
Se hace evidente, por todos los factores antes citados, que este tipo de encuentros entre personas del mismo sexo pasarán aun con la heterosexualidad obligatoria en juego, tal como pasa con la trasgresión de la institución del género por parte de las niñas a las que les gustan los juegos o actitudes que se ven socioculturalmente como inadecuados para ellas, o tal como trascendemos las narrativas dominantes sobre nosotras mismas y el mundo todas las feministas pese a una socialización patriarcal.
Las acciones humanas no están en absoluto limitadas culturalmente hasta el grado de impedir que una capacidad completamente desarrollada (la de mantener relaciones sexuales, sentir afecto o desarrollar apego hacia otras personas) tenga un lugar en la vida de las personas.

De hecho, las relaciones de todo tipo entre personas del mismo sexo, como ya hemos visto, se han dado en todas las partes del mundo durante toda la historia humana, y sólo han variado en frecuencia y modos de presentación mediante la intervención de la cultura, que ha ido perfeccionando, para el control más eficaz de las mujeres, la heterosexualidad obligatoria en las distintas disposiciones del patriarcado.

A mi parecer, lo que lleva a una persona a considerarse a sí misma como “homosexual” (bajo esa concepción de una supuesta orientación sexual) casi nunca es exclusivamente esta última situación en la que se descubre fortuitamente atraída, “enamorada” o manteniendo relaciones sexuales con una persona de su mismo sexo, sino que deben darse necesariamente algunas de las condiciones anteriormente citadas con respecto a la norma sociocultural de la heterosexualidad obligatoria. De esta manera se es capaz de subvertir un condicionamiento que haría que de otro modo la persona solo conciba el suceso del encuentro (la atracción, el enamoramiento o las relaciones sexuales) como una excepción, un episodio extraño o algo a lo que restar importancia, algo que no entra dentro de lo que la heterosexualidad obligatoria enmarca como “relación sexo-afectiva”. La tendencia a categorizar de esta manera los encuentros que están fuera del marco de la heterosexualidad obligatoria es lo que ocurría antes cuando por ejemplo se consideraba que ciertas relaciones eran un “ensayo”, algo de juventud, o una “amistad pasional”.
Sobre todo hacia las mujeres ha habido mucha tolerancia en el pasado, ya que la relación entre dos mujeres no ponía en riesgo el “honor”, no generaba hijos que no fuesen del varón con el que debía casarse (se casaba precisamente para proporcionarle hijos) y al estar tan invisibilizada la realidad de las mujeres, ese tipo de hechos podía borrarse por completo de la cultura y el imaginario colectivo, sobre todo de los hombres y sobre todo en el ámbito público. El riesgo de contagio social de tal comportamiento siempre era bajo, porque las mujeres estaban cada una aislada en la reclusión de la vida privada, del servicio a su casa, ya sea la del padre o la del marido. A nivel práctico, el lesbianismo en un estado de dominación explícita y flagrante de las mujeres como casta sexual, donde casi absolutamente todos los factores de sus vidas estaban controlados por los hombres, no era una amenaza al sistema y podía ser permitido mientras la narrativa siguiese encaminando por defecto a perpetuar ese control, al matrimonio y la servidumbre hacia los hombres. Por eso podía despacharse como un acto anómalo de juventud y no algo que desacredite a la mujer como mujer, cosa que llegará a través del concepto de orientación sexual, donde la figura de la lesbiana pierde la capacidad de la “feminidad” y el valor social de las mujeres ya que se basa en la heterosexualidad obligatoria: servir al hombre sexual y afectivamente; y además en la “orientación sexual”: hacerlo de manera innata, porque se tiene la tendencia natural de hacerlo.

El riesgo que han supuesto para distintas facetas del sistema patriarcal los comportamientos “homosexuales” (véase, relaciones entre personas del mismo sexo) ha sido variable y en base a ello se han dado respuestas muy distintas por parte del sistema.
Actualmente, bajo la situación de “emancipación” de las mujeres a través de la toma de conciencia, de la capacidad de autosustento y de iniciar una vida al margen de los hombres que sea más o menos viable (sobre todo si nos unimos con otras mujeres) que se está dando en ciertos países que promulgan cierta “igualdad” (en gran parte todo esto gracias a la lucha feminista que ha sido reintegrada institucionalmente para apagar los fuegos que las mujeres habíamos prendido contra el sistema) se da una situación nueva en la que el riesgo de independencia de las mujeres hacia los hombres y de contagio social de una actitud política de lesbiandad es mucho más elevado y peligroso para el patriarcado. La nueva estrategia para evitar que esta posición de lesbianismo se extienda entre las mujeres pasa necesariamente por el mito de la orientación sexual. Si anteriormente lo que hacía de cortafuegos era el aislamiento físico de unas mujeres con respecto a otras mediante el control de la vida privada, el matrimonio, etc., actualmente, en un escenario donde el matrimonio llega más tarde y existe el divorcio generalizado, donde el emparejamiento y las prácticas sexuales están incitados durante casi todas las etapas de la vida y ocurren constantemente, la posibilidad de que de esos encuentros sexuales o del emparejamiento entre mujeres surja una unión crítica al sistema se anula mediante la promoción de la narrativa de la bisexualidad.

Tal como Sheila Jeffreys denuncia en su artículo Bisexual Politics: A superior form of feminism?, se está llevando a cabo desde el movimiento LGTB una reinterpretación sistemática de la vivencia lésbica y sobre todo de la vivencia del lesbianismo que parte del feminismo como posicionamiento político de resistencia o de superación del sistema patriarcal, con el objetivo de enmarcarlas como bisexuales. Este “feminismo bisexual” pasa por alto todos los análisis de la heterosexualidad obligatoria, como bien apunta Jeffreys, para dar una interpretación única de la vida de las mujeres desde la sexología misógina. Y aquí yo añado, desde el concepto de orientación sexual que nunca estuvo presente en el análisis feminista radical y que merma en sí la capacidad de acción, elección y autoanálisis de las mujeres.
Todo esto se traduce en que cuando una mujer se encuentre en esta situación de enamoramiento, atracción, o incluso de decisión de estar con solo con mujeres por diversas razones (que todas sabemos que pueden ir ligadas a lo nocivo de las relaciones patriarcales), inmediatamente será incapaz de categorizarse como lesbiana o pensar de algún modo que su destino no está también unido al de los hombres si en algún momento se vio afectada en su imagen de sí misma por el influjo (omnipresente) de la heterosexualidad obligatoria.
La nueva barrera entre las mujeres es ahora conceptual, la nueva herramienta de control de los hombres sobre aquellas que empiezan a intuir que pueden no estar subordinadas a ellos es el biologismo bisexual: Si alguna vez la propaganda heterosexual que han bombardeado sobre ti te ha afectado es que estás natural e inevitablemente atraída hacia los hombres, por lo tanto, aunque ames a otras mujeres, eres una mujer bisexual.
Esto, por supuesto, hace que la mayoría de las mujeres descartemos de primeras el lesbianismo como algo para nosotras, ya que todas hemos sido educadas en la heterosexualidad y el mensaje de promoción de la misma es constante por parte del patriarcado. Esta herramienta sirve a corto y medio plazo para mantener a las mujeres en el redil de las relaciones heterosexuales y que no tomen una conciencia política de lo liberador de las relaciones entre mujeres, pero todo esto acaba cuando esas mujeres que se han considerado “bisexuales” toman conciencia de aquellas normas sociales que han modelado sus relaciones y las han hecho sentirse atadas a los hombres. La etiqueta autoimpuesta de bisexualidad en base a sentimientos (muchas veces exclusivamente del pasado) promovidos por la cultura, hace que las mujeres sientan que deben seguir relacionándose con los hombres o dejar abierta esa posibilidad, porque está en su naturaleza de algún modo, independientemente de lo que conscientemente saben acerca de esas relaciones o de las decisiones que quieran tomar.
El patriarcado ha extendido esta narrativa de la orientación sexual como un recurso para reducir el número de mujeres que abandonan sus modos relacionales y decidan dar el paso difícil pero liberador de ser lesbianas (priorizar completamente a las mujeres en sus relaciones).

Es muy importante el factor de otredad que se genera originariamente cuando se vive en una cultura de las orientaciones sexuales, la mujer lesbiana es vista por las que no se reconocen como tal como un otro completamente inaccesible, ya que la lesbiana ha nacido de una manera que ella no, ella que se ha sentido en algún momento atraída por los hombres tiene claro que no es una lesbiana y que nunca podrá serlo, y desde ahí concibe a la lesbiana como ese otro. Esto al unirse a las narrativas del género y tantas otras derivaciones relacionales de la heterosexualidad obligatoria hace que la mujer autoidentificada heterosexual se sienta en un universo relacional completamente separado del de la mujer lesbiana, la conciba con unas capacidades completamente distintas a las suyas e incluso la vea como incapaz de entenderla. Esta narrativa es usada por el patriarcado para que la mayoría de las mujeres no puedan ser críticas con la heterosexualidad, ya que las que lo han sido más y tienen más herramientas para analizarla (las que han decidido abandonar por completo esa institución y decirse lesbianas), son vistas por el resto como algo muy distinto a ellas, que no comparten sus experiencias, que no tienen capacidad de hablar de la heterosexualidad o las relaciones con los hombres por no desarrollar/abrazar esa “atracción” (que en realidad oculta todo el despliegue relacional) que ha sido tan promovida.

Este discurso de otredad desautoriza a las mujeres que se reconocen lesbianas en un mundo heterosexual, tanto es así que hace que algunas se asusten de reconocerse como tal aun encajando en la definición que el mismo sistema ha dado por bueno (mujer exclusivamente atraída hacia mujeres) ya que eso las saca de la posibilidad de habitar un montón de espacios sociales, asociarse como igual con las “mujeres heterosexuales” o entenderse en la feminidad como se le exige desde el patriarcado. También hace que las mujeres lesbianas estén en una continua inseguridad sobre sí mismas, ya que la narrativa de la bisexualidad no sólo puede amenazar su concepción de sí mismas desde un pasado en el que sólo conocieron la posibilidad de la heterosexualidad, sino que cualquier signo de flaqueo ante el bombardeo del condicionamiento de la heterosexualidad obligatoria por parte de los medios audiovisuales, la cultura o incluso las exigencias sociales/familiares, puede hacer que se comiencen a concebir como bisexuales. Esta situación provocada por lo inconsistente de la idea de las orientaciones sexuales hace mucho daño psicológico a las mujeres lesbianas al generarles un gran estrés en una continua “crisis de identidad” donde buscan saber “quiénes son realmente” en base a descubrir su “verdadera naturaleza” (hetero, homo, bi, etc.) y evidentemente no tener ningún lugar donde buscarla, porque al contrario que un cuerpo sexuado fácilmente contrastable, las supuestas pruebas de la orientación sexual no pueden encontrarse en ninguna parte, como se explicó en la primera parte de este ensayo.

La carta de la orientación sexual bisexual es, pues, la nueva manera de desacreditar un acto tan lleno de valor feminista y tan amenazante para el patriarcado como es ejercer el lesbianismo, manteniendo así a la inmensa mayoría de las mujeres en la narrativa de que estamos naturalmente atadas a los hombres y mediante el tipo de relaciones que su sistema ha perfeccionado para oprimirnos.

Es por todo esto que la mayoría de las mujeres van a considerarse heterosexuales mediante una heterosexualidad obligatoria y un patriarcado cada vez más refinados y es también por esto por lo que muchas mujeres lesbianas lo son “pese al sufrimiento”. Bajo la definición actual del patriarcado de lesbiana, la que está mediada por el mito de la orientación sexual, las mujeres que se pueden considerar a sí mismas lesbianas son las que afirman no haber sentido nunca la atracción que está continuamente promoviéndose por la cultura, y tampoco han sido capaces de fingirla o de desarrollarla o darla por hecho después de “enamorarse” o entablar otro tipo de relaciones con los hombres, como lo han hecho otras mujeres, y las que además sí hayan sentido esta atracción hacia las mujeres. Esto ya de por sí hace que no puedan desarrollar un montón de las actividades promovidas y exigidas por el sistema, como son el noviazgo, la pareja heterosexual, el encaminarse al desarrollo de una familia, etc., y que si lo hacen sea con sufrimiento porque ven que el requisito primero que les pide la narrativa (la atracción sexual) no se está produciendo. Eso hace que estas mujeres puedan sentirse angustiadas de no pertenecer a su entorno social y de estar excluidas en su propia cultura.

Además, estas mujeres que solo tienen la atracción como motivo de su identidad lésbica no se sienten tomando una decisión contra el sistema, sino solo siguiendo los designios de esa atracción. Sin embargo, esta atracción por sí misma parece ser un aliciente pobre para los sacrificios que puede requerir personalmente, sobre todo si no se tiene una conciencia feminista de lo que realmente se está ganando desde la posición lésbica.

La narrativa sociocultural nos dice que de la atracción (que naturalmente según ella se da más entre personas del sexo opuesto) se siguen una serie de modos relacionales necesariamente, y estos son los óptimos. A día de hoy en ciertos países se contempla esa excepción de que las mujeres podamos no sentir esa atracción hacia los hombres y sí hacia las mujeres, pero no por eso está en cuestión el modo relacional que supuestamente se desprende de esa atracción. Las relaciones siguen concibiéndose totalmente en base a los modos de la heterosexualidad obligatoria, y esta en base a los roles de género masculino/femenino. Todo esto hace que las mujeres que se midan por la cultura mientras mantienen relaciones con otras mujeres, o mantienen relaciones no basadas primordialmente en la atracción (incluso con hombres) o simplemente se salen del modo relacional promovido (por ejemplo, noviazgo -> matrimonio -> maternidad), sean infelices debido a que su vivencia no encaja con la que es socialmente promovida, celebrada y establecida como base para participar en un montón de instituciones patriarcales. Esto ha generado fenómenos tan surrealistas como que se pida la ampliación del matrimonio entre personas del mismo sexo en lugar de la abolición de la institución patriarcal del matrimonio.

Todo esto lo que pone de manifiesto es la necesidad de una conciencia lésbica desde el feminismo para que las mujeres pongan en valor la acción tan complicada y dura de resistencia a un sistema que les ataca que están llevando a cabo cuando inician relaciones con otra mujer y así no lo interpreten como “sufrimiento que no puedo evitar porque es mi naturaleza”, sino como riesgos y efectos secundarios que vale la pena sufrir por un acto que en sí mismo aporta mucho más de lo que nos quita. El amor, como ya hemos comentado, es un aliciente que compensa la mayoría de los sufrimientos, así como la libertad que inconscientemente adquirimos o los modos relacionales que realmente son naturales y no impuestos socioculturalmente también son suficientes para que la balanza se incline a mantener esas relaciones con las mujeres y no a buscar una integración en ese sistema de relaciones tan alienantes como es el de la heterosexualidad obligatoria.

En la próxima parte de este “El mito de la Orientación sexual” desarrollaré el entramado cultural que hace que partiendo de una supuesta atracción se den toda una serie de modos relacionales completamente arbitrarios y en gran parte jerárquicos que nuestra cultura intenta hacer pasar como la manera “natural” en la que se dan las relaciones sexo-afectivas.

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